Continuación de la exitosa El gato con botas (Chris Miller, 2011), y realizada como spin-off del universo Shrek, estamos ante una película mejor y más divertida que su antecesora, y con personalidad propia. Una de las causas de esta mejoría es el modo en que se aleja en fondo y forma de esa posmodernidad descarada y anacrónica del famoso ogro, razón a la vez de su éxito y del rechazo que causa entre no pocos espectadores.