Lo que hay que ver

«Maquiavelo o el arte de lo posible»

Un comentario sobre El ala oeste de la Casa Blanca y House of Cards.
La política es tema recurrente en la cinematografía de los Estados Unidos. Grandes maestros como Frank Capra o John Ford le dedicaron no poca atención, y ese interés no ha decaído en los últimos sesenta años. No es de extrañar, pues desde el momento mismo de la fundación de la república sus ciudadanos han sido educados en el aprecio a las instituciones, y en el amor a la democracia. De ese aprecio procede el estrecho control a que se somete a los dirigentes en todos los estratos del poder, cuyo funcionamiento es para los yanquis un tema prioritario. No en vano, la nación fue fundada sobre los cimientos de un movimiento contra la tiranía. En muchos sentidos, se trata de un ejemplo para tantos otros países, quizá más desgastados por el paso del tiempo, y por la colección de fracasos y desilusión que conlleva su decurso.
En los últimos veinticinco años han sido producidas dos series de televisión que considero señeras como recreaciones de la Casa Blanca, y de los resortes que mueven el poder. La primera de ellas, El ala oeste de la Casa Blanca (The West Wing, 1999-2006), ofrecía una cara más humana y amable, sin renunciar al abordaje en profundidad de temas nucleares de la política estadounidense, desde la segunda enmienda y el uso de las armas, a la pena de muerte; de la política exterior a los desafíos de la legislación federal.
La otra, House of Cards (2013-2017), se me antoja el reverso tenebroso de la primera. Mientras que la visión del ala oeste que nos ofreció Aaron Sorkin era maniquea sólo en apariencia —cualquiera que la haya visto recordará los tremendos errores y demás miserias cometidas por Joshia Bartlet y su gabinete—, pues en ella resplandecía la vieja definición de la política como «el arte de lo posible», en House of Cards tenemos a los aventajados discípulos de Maquiavelo orquestando el caos y manejando los oscuros hilos del alma humana al servicio de la autodestrucción y del poder entendido como forma omnímoda de prevalecer. Resuena en los pasillos de esa Casa Blanca —qué irónico adjetivo, ¿verdad?— el eco de la tristemente célebre afirmación de Lord Acton: «el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente». La verdad de esta máxima se ha enseñoreado hace tiempo de lo que hoy llamamos “democracia”.
Sin duda una obra mayor —con ese genial recurso narrativo y dramático a la ruptura de la cuarta pared—, House of Cards nos deja, un capítulo tras otro, la amarga y triste sensación de que la realidad superará a la ficción, una vez más y siempre. Para desgracia de todos.
Como alguien para quien The West Wing no es sólo su serie favorita, sino la mejor serie de siete temporadas que se ha realizado hasta la fecha, no puedo dejar de admirarme al considerar ambas obras de arte como el retrato de las dos caras de esa hermosa moneda que es la política, deformada por cinismos y mezquindades, por ridículos bufones aupados por la general mediocridad, la indiferencia y el yermo pragmatismo.
Eduardo Segura

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