Lo que hay que ver

«Noé» (Darren Aronofsky, 2014)

«Noé» fue una película recibida con cierta polémica, o con simple frialdad. Desde el año de su estreno he leído varias veces la lista de defectos de la película; lista que, a mi juicio, carece de una mirada más amplia sobre el contexto.

Como suele ocurrir, tristemente, se ha juzgado la película con la Biblia en la mano y sin ir al fondo de algunas cuestiones clave. Esta actitud provoca (en mí) una ya habitual sensación de pena al contemplar de qué manera, cada vez que una manifestación artística pone en el horizonte la fe cristiana lato sensu —desde el ángulo que sea, no sólo moral—, hay puristas dispuestos a apalear al errado, o a golpear la cabeza de alguien con la Biblia, con el Catecismo, o con ambos. Acción-reacción. Casi nunca una visión estético-teológica de la realidad. Y así nos va.

No creo que esa lista de verdades —si comparamos el guión con el texto de Génesis, capítulos 6 a 10— haga naufragar la película (perdonen el juego conceptual). La película ofrece una visión más que interesante de una época en que la genealogía de la moral no era la que damos por supuesta hoy día —incluso los ateos, a menudo sin darse cuenta— en lo relativo a los vínculos del ser humano con Dios, a la noción de ‘justicia’, a los límites de la obediencia y el significado profundo del pecado; o a la ternura, la «inocencia» y el respeto a la vida. La película navega con acierto las más de las veces evitando la obvia y permanente amenaza del anacronismo (algo nada habitual en Hollywood). El estadio evolutivo de los animales, su carencia de protagonismo (tan pronto como entran en el arca son dormidos: su protagonismo no es esencial), la apariencia del cielo, los paisajes desolados, la propia forma del arca, ajena a cualquier diseño estándar: un simple paralelepípedo; Adán y Eva como seres luminosos, o el fruto prohibido como un corazón que late… Muchos aciertos, muchas buenas metáforas visuales como para despacharlo todo desde la lista del «debe» —o de los «noes»—. Muy interesante, al respecto, pensar que Aronofsky es un hombre de origen judío, y que ha manejado fuentes diversas; y que -pienso que lo mejor de todo- plantea un problema moral de fondo tan peliagudo como permanente: hasta qué punto Dios puede o no hacer según qué cosas, y de qué modos diversos y radicales (de raíz) el hombre le debe obediencia.

Eduardo Segura

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